
Amenazas y vandalismo formaban parte del día a día de la «organización criminal» de taxistas que monopolizaba el aeropuerto hispalense y que la Policía Nacional está intentando desarticular
Pongamos que se llama Javier, que es taxista en la ciudad de Sevilla desde hace más de una década, que acude de vez en cuando a recoger a pasajeros recién aterrizados en el aeropuerto de San Pablo y que es una de las víctimas de la llamada mafia del taxi sevillana. Que durante meses recibió amenazas por atreverse a trabajar en territorio comanche, por acercarse siquiera a la parada del aeródromo que controlaban los miembros de una asociación llamada Solidaridad del Taxi. Y pongamos que un día de diciembre de 2019, las amenazas se convirtieron en hechos y su vehículo, su medio de trabajo, apareció literalmente reventado en la puerta de su casa.
Lo único que no es real de todo lo anterior es el nombre de Javier, que prefiere no dar el verdadero para evitar males mayores. Él es una de las numerosas víctimas de lo que un juez de Sevilla no ha dudado en calificar como «organización criminal» vertebrada y jerarquizada que durante más de dos décadas controló el negocio del taxi en el aeropuerto sevillano empleando tácticas que parecen sacadas del manual del Sindicato del Crimen de Al Capone.
Javier es uno -no son muchos- de los que se atrevieron a plantarle cara a la mafia del taxímetro. Iba, y sigue yendo, a buscar a pasajeros a la zona de llegada de San Pablo que previamente había concertado y cada vez que cruzaba la frontera invisible de los dominios de esta organización era recibido con amenazas. «Como vuelvas te rajamos las ruedas». «Tú sabrás el cariño que le tienes a tu coche». Y cosas parecidas.
Su coche fue rociado, días después de las últimas amenazas, con ácido. Las ruedas, rajadas. Y el tubo de escape apareció tapado con espuma de poliuretano. «Seguí yendo, aunque sabía que habían sido ellos».

Cuando empezó en esto del taxi en la capital andaluza, la mafia ya estaba allí, imponiendo su ley en la parada del aeródromo, la más lucrativa de toda la ciudad, una auténtica mina de oro. Sobre todo si no hay escrúpulos. Así es, así era desde hace dos décadas y hasta que hace apenas unas semanas la Policía Nacional puso en marcha la Operación Aertase, que en dos fases -la últimas de ellas hace apenas unos días- ha empezado a desmantelar la estructura de tintes mafiosos cobijada en Solidaridad del Taxi con la detención de 26 conductores en menos de un mes, incluido el supuesto cabecilla, el presidente de esa asociación, Antonio Velarde, su hija y toda la junta directiva. Asimismo, hay otros 17 en calidad de investigados.
Los últimos siete arrestos se se produjeron el pasado jueves por parte de la Brigada Provincial de Información de Sevilla y a todos los detenidos se les imputan delitos de pertenencia de organización criminal, coacciones, amenazas y daños. Los investigadores habrían encontrado indicios que incriminan a estos cerca de 30 taxistas, pero pueden caer más.
La Asociación Hispalense Solidaridad del Taxi tiene su sede en el bar El Avión, a un tiro de piedra del aeropuerto que llevan dominando desde principios de siglo. Es una casa baja, con un letrero que sobrevuela, precisamente, un avión, y, a un lado, un azulejo con el logo de la entidad. Allí, según la investigación (y según lo que siempre se ha sabido en el sector), se dirigía el cotarro, se decidía quién entraba a formar parte de Solidaridad y, entre ellos, quiénes y cuándo podían exprimir a los pasajeros recién desembarcados.
GANABAN HASTA UN 80% MÁS
El negocio era redondo, ya que un taxista con permiso para estacionar en la parada del aeropuerto puede llegar a ganar, según fuentes del sector, entre un 70 y un 80% más que uno que lo tenga vetado. Si, de media, un conductor de taxi en la capital hispalense gana, descontando gastos, entre 1.500 y 1.800 euros al mes, eso supone que los amparados por Solidaridad podrían ingresar más de 3.000 euros mensuales.
Pero entrar en esa asociación, cuentan las fuentes consultadas, no siempre es fácil. Las puertas solo se abren cuando mengua por alguna razón el número de afiliados y la última palabra la tenía, siempre, la directiva. Aun contando con su visto bueno, se exigía un pago de 900 euros y «colaborar».
¿Qué significa colaborar? Pues, incluso, llegar a limpiar los vehículos de otros miembros de la asociación y participar, supuestamente, en acciones disuasorias contra los no afiliados que se atrevían a invadir su parada. Cuanta más antigüedad, más privilegios y si se pertenecía a la directiva, todos los privilegios, hasta colocarse el primero en la cola para recibir clientes pese a haber llegado el último.
Los destrozos en el coche de Javier le supusieron un gasto (al seguro) de cerca de 8.000 euros, pero él regresó al aeródromo a recoger clientes. Al poco tiempo, le preguntaron «si me había olvidado ya de lo que le había pasado a mi taxi».
De lo que era capaz esta presunta mafia también da fe un antiguo concejal de Tráfico del Ayuntamiento de Sevilla, Blas Ballesteros, quien contó a El Correo cómo su intento de poner orden en la parada de San Pablo le costó que le pusieran en la diana y sufrir una auténtica persecución que incluyó pintadas amenazantes en su despacho, en su casa y en la de su madre. Hasta en el colegio de sus hijos aparecieron. «Y una noche tuve que salir escoltado de un restaurante donde comía con mi familia», relataba.
Pese a la operación policial que comenzó a principios de enero, denuncia Rafael Bernal, presidente de la asociación rival Élite Taxi Sevilla, que la situación no se ha normalizado, ni mucho menos, en la parada del aeropuerto. En estas semanas no han aparecido por allí los detenidos -sobre ellos pesa una orden judicial de alejamiento– pero ha seguido prácticamente monopolizada por Solidaridad y sus miembros ante la inexistente, se queja Bernal, presencia policial en la zona.
Sin el control de la Policía Local, insiste este representante del colectivo de taxistas, también está en el aire que funcione el turno rotatorio que aprobó el Instituto Sevillano del Taxi a mediados del mes pasado y que entró en funcionamiento el 1 de febrero. A partir de ese día, cualquier taxista con licencia en Sevilla que pertenezca a la letra que haya descansado el día anterior puede (o debería poder) ir libremente a la parada del aeropuerto. Ésa que vigila, y controla, desde hace más de 20 años la mafia del taxi sevillano desde el cercano bar El Avión.
Fuente | elmundo.es