El taxista que evitó que Corea del Sur fuese igual que la del Norte
— 12 junio, 2018La nueva película del director Jang Hun recupera un hecho real para hablar de la masacre de Gwangju
¿Merece la pena que un reportero ponga en peligro su vida para contar lo que está sucediendo en el otro lado del planeta? Si pudiéramos preguntarle al periodista alemán Jurgen Hinzpeter (o a cualquier surcoreano) diría que sí sin un ápice de duda. Gracias a las imágenes que recopiló este corresponsal, se «descubrió» lo que hoy se conoce como la masacre de Gwangju. Pero esto no hubiese sido posible sin la ayuda de su conductor Kim Sa-bok, a quien rinde homenaje la película «A Taxi Driver: Los héroes de Gwangju».
Estos asesinatos fueron un hito doloroso en el largo y tumultuoso trayecto de Corea del Sur hacia la democracia. Chun Doo-hwan, un general del Ejército que había tomado el poder en diciembre de 1979 tras el asesinato del presidente Park Chung-hee, quería dejar claro quien tenía el poder. En mayo de 1980, declaró la ley marcial en todo el país, arrestó a los líderes de la oposición y cerró las universidades y el Parlamento. Pero no se esperaba que la ciudad sureña de Gwangju se manifestaran contra él. Su respuesta: mandar al Ejército para que los redujera.
Hinzpeter, que tenía su base en Tokio para la emisora alemana ARD, escuchó hablar de los disturbios. Y, tras informar a su técnico de sonido Henning Rumohr, cogió un vuelo a Seúl. Mientras viajaban, un conocido del reportero alemán hizo los arreglos necesarios para que un conductor se reuniera con ellos en el aeropuerto y, con él, pusieran rumbo hacia el sur.
Cuando los corresponsales extranjeros cubren situaciones peligrosas, a menudo dependen de asistentes locales, que en muchos casos corren mayores riesgos que ellos. En este caso fue Kim Sa-bok quien desempeñó esa función, y a quien da vida el reconocido actor coreano Song Kang-ho. Son muchos los que pusieron en tela de juicio su existencia y otros tantos los que dudaron de su nombre. Sin embargo, la duda se esclareció cuando su hijo Kim Seung-pil mostró a los medios de comunicación coreanos una imagen en la que salía su padre junto a Hinzpeter, según recoge el diario «Korea Joongang Daily».
Kim se las arregló para conseguir que Hinzpeter, uno de los pocos corresponsales extranjeros que documentaron la masacre, pasara el cordón militar que rodeaba la ciudad dos veces. Su grabación se vio en todo el mundo. «Los letreros en la entrada de la autopista que decían ‘cerrado’ fueron una advertencia para nosotros. Pero esto no impidió que nuestro conductor Kim continuase en la carretera vacía», escribió Hinzpeter en 2006 cuando le pidieron que relatara su experiencia para el Club de Corresponsales Extranjeros de Seúl. «Después de conducir durante aproximadamente una hora, comenzamos a encontrar señales de desvío, pero Kim siguió conduciendo directamente hacia Gwangju».
No consiguieron pasar el cordón a la primera. Al llegar a los puestos de control militar, los soldados les obligaron a desviarse. Entonces, Kim se dirigió a las aldeas cercanas. Allí, los granjeros le explicaron cuáles eran las rutas alternativas para llegar a Gwangju, unos caminos estrechos que serpentean entre los arrozales. Pero fue la historia que inventó Hinzpeter la que consiguió que atravesaran los puntos de control posteriores. El reportero les dijo a los soldados que su jefe estaba varado en Gwangju y que tenía que sacarlo (aunque en la película cuentan que el reportero se hizo pasar por un afamado empresario que había olvidado unos documentos importantes en ciudad).
Hinzpeter fue uno de los primeros reporteros extranjeros que fue testigo del sangriento levantamiento que se estaba produciendo en Gwangju; mientras, los medios de comunicación locales estaban amordazados por la ley marcial y las líneas telefónicas habían sido cortadas por los militares. Informar de lo que estaba sucediendo no era tarea fácil, pero Hinzpeter estaba decidido a hacerlo.
Según datos oficiales, cerca de 200 personas –entre ellas, 20 soldados– fueron asesinados en Gwangju. Sin embargo, los civiles aseguraron que el número de víctimas fue mucho mayor. Se culpó a los «agitadores comunistas» por las bajas y se aseguró que los militares habían estado allí solo para proteger a los civiles. Por suerte, las imágenes de Hinzpeter desmintieron estas afirmaciones, no solo para el mundo, sino también para los surcoreanos. «Me mostraron a sus seres queridos, abriendo muchos de los ataúdes que habían sido colocados en filas. Nunca en mi vida, ni siquiera grabando en Vietnam, había visto algo como eso», escribió Hinzpeter.
Si grabar las imágenes de la masacre fue complicado, conseguir que salieran del país tampoco fue una tarea sencilla. Para sortear el cordón militar, precintó la película simulando que era su embalaje original, para que pareciese que no se había utilizado. Una vez en Seúl, justo antes de poner rumbo a Tokio, la escondió en una lata de galletas que luego envolvió en papel dorado y lazos verdes para «convertirlo» en un regalo de bodas. Sí, pasaron los controles de seguridad y fueron emitidas.
Aún hay, en Corea del Sur, quien debate si la masacre de Gwangju se trataba de un movimiento de democratización o de un alzamiento. Lo que sí es seguro es que, tras un sinfín de altercados, el dictador aceptó finalmente una revisión democrática, con elecciones libres, en 1987. Tres años después, Chun Doo-hwan fue condenado por el golpe de 1979 y los asesinatos de Gwangju.
ABC