Una de las primeras mujeres taxistas de Galicia recuerda la reacción de la sociedad de los años 60

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Tres años antes de que Neil Armstrong pusiera su pie en la luna, Maruja logró otro gran paso para la humanidad: destrozó mil tabúes poniéndose al volante de un taxi en Oza dos Ríos, lo que la convirtió, presumiblemente, en la primera mujer taxista en Galicia.

Su experiencia como conductora y como taxista fue todo uno. «Saqué el carnet el 19 de diciembre de 1966 y el 25 ya tenia el taxi», recuerda. Así que comenzó a dominar aquella máquina al tiempo que trasladaba a sus clientes. Los primeros meses era objeto de reclamo por la Policía y la Guardia Civil. «Me paraban, me pedían los papeles… no creían lo que veían, y después me daban la enhorabuena, me deseaban un buen viaje y mucha suerte». ¿Suerte? ¿Encerraba algún tipo de machismo esa «suerte» de los agentes? Maruja no la necesitó porque siempre se manejó con prudencia «en el taxi y en la vida».

Pero alguna vez se pasó de prudente, empezando por el tamaño del primer taxi. Era un Seat 800 de cuatro puertas, muy manejable y pequeñito, tanto que tuvo que cambiarlo a los seis meses «porque allí no entraban ni las maletas». Y a partir de ahí, solo coches grandes. «Como ese», dice mientras señala un Mercedes que conduce sin contratiempos a sus 79 años.

También era un coche grande, un Ford Orion, el que protagonizó el accidente. Sí, ella dice «el accidente», si bien en el que creyó perder la vida. Tenía 39 años, viajaba sola y perdió el control en unas curvas en la salida de Betanzos hacia Oza dos Ríos. «El coche quedó con el morro en el suelo y el culo arriba». Balance: un golpe en la cabeza, una costilla y un menisco roto, y la sensación de haber nacido de nuevo.

Pero Maruja –Mari Carmen Rilo Mosquera– se recuperó de aquello con la misma rapidez con la que se había recuperado de los desprecios iniciales por su condición de mujer taxista. Muchas veces llegaba a la parada donde había gente esperando pero evitaban subirse con ella. «Decían entre ellos: ‘‘con una mujer no subo que nos podemos matar’’», recuerda Maruja entre risas. «Alguno renunciaba a subir a mi taxi por ser mujer y esperaba al siguiente compañero».

A veces eran las propias mujeres las que se mostraban más reticentes a ir con ella. Recuerda un caso de tres hermanos, dos varones y una chica. Ellos viajaban sin problema en su taxi, pero ella nunca. Hasta que un día no le quedó más remedio. Entonces, sin que Maruja se lo preguntase, aquella vecina intentó justificar por sus habituales resistencias a subir a su taxi. «Si nunca voy contigo es porque en el camino a mi casa hay un trozo de monte… ¿Y si nos sale un hombre, Maruja? ¿Qué hacemos dos mujeres solas?», le dijo a la taxista, que nunca se creyó aquel argumento.

Dejó el taxi a los 65 años, más por deseo de su marido que por voluntad propia, porque ella se veía con fuerzas y ganas para seguir. El germen de esta profesión está en su etapa de emigrante en Hannover. «Allí había muchas mujeres taxistas en los años 60, iban mucho más adelantados que nosotros en todo: los taxis de Alemania tenían teléfono cuando aún no había un triste aparato en todo Oza dos Ríos».

Hoy disfruta de la jubilación centrada en sus cinco hijos, cinco nietos y un bisnieto. Su etapa del taxi es sin duda la más llamativa por lo que supuso de ruptura de barreras mentales, pero Maruja tuvo otros muchos trabajos: tras aprender a coser y tejer en A Coruña montó en Oza dos Ríos un taller de punto, ya casada acompañó a su marido a trabajar a Madrid donde fue carnicera, pasó por una fábrica de bombones y chocolates en Alemania, y después de bajarse del taxi para siempre la familia fundó la primera funeraria del municipio. En su etapa de taxista nunca abandonó sus habilidades anteriores y aprovechaba las horas muertas. «Al taxi le llamaban el taller de costura».

La Voz de Galicia

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